En el curso de nuestra vida, usted y yo decidimos coger un camino determinado a consecuencia de lo que otros nos han enseñado, sean familiares, amigos, profesores de escuela, sacerdotes, pastores, predicadores, etc. Poco a poco nuestras convicciones se van cristalizando por medio de este aprendizaje e influyen en todo lo que pensamos y hacemos. (Aun los inventores más grandes de la historia nos habrían dejado sin nuevos descubrimientos si no hubiese sido por el conocimiento que adquirieron de sus predecesores.) En fin, no hay nadie sobre la faz de la tierra que no haya aprendido de otro, o por palabra o por ejemplo, y esta norma de la vida se aplica sobre todo a la religión.

       Nuestras convicciones religiosas se asemejan a los ladrillos de una casa. A medida que vayamos aprendiendo de otros, le ponemos más ladrillos, a veces sustituyendo los antiguos por otros nuevos cuando cambiamos de opinión en cuanto a alguna creencia. Aun los que niegan creer en Dios o en la religión organizada construyen su casa a base de principios y normas de conducta que han adquirido de otros de creencias parecidas. ¿Cuál es SU actitud con respecto a lo que otros le han dicho a usted? Hay por lo menos tres posibles respuestas a esta pregunta:

1. Puede aceptar lo que le han dicho sin investigarlo por sí mismo. Tanto el religioso como el ateo se pueden hallar en esta categoría por rehusar averiguar por sí mismos lo que han aprendido de los demás. Los tales adoptan a ciegas ideas y costumbres de otros y nunca las ponen en duda.

2. Puede rechazar lo que le han dicho sin querer saber la verdad del asunto. Muchos desconfían de lo que los maestros religiosos les han enseñado pero no se esfuerzan por aclarar sus dudas. Los tales son indiferentes o pasivos.

3. Puede investigar lo que le han dicho antes de aceptar o rechazarlo. Los tales no dejan de buscar y preguntar hasta que hayan encontrado argumentos sólidos para sus creencias, los cuales se basan en evidencias seguras.

¿En cuál de estas tres categorías
se encuentra usted?