A diferencia de muchos grupos religiosos que disuaden a sus afiliados de investigar las enseñanzas de otros, la Biblia exige que pongamos a prueba tales enseñanzas. Un ejemplo de esto se ve en lo que el apóstol Pablo escribió a los cristianos que vivían en la ciudad de Tesalónica, Grecia. Pablo les exhortó diciendo: «Examinadlo todo; retened lo bueno»[1].

       El verbo «examinar» en este texto quiere decir «poner a prueba, probar, aprobar»[2]. La Biblia es como aquellos aparatos usados en bancos y en otros establecimientos para distinguir entre la moneda falsa y la auténtica. Con ella podemos y debemos «poner a prueba» toda enseñanza, incluso la que nosotros hemos recibido de nuestros padres u otros.

«Examinadlo todo» requiere la investigación, que uno someta a prueba su fe y práctica. Cualquier líder religioso (o pariente o amigo) que rehúse una investigación amplia de su enseñanza no enseña la verdad, porque el Señor requiere que todo se someta a prueba, que no aceptemos cierta enseñanza simplemente porque confiamos en nuestros padres o en otros que nos han enseñado, ni tampoco porque el que nos enseñó fue muy sincero o muy celoso o muy educado, etc. Más bien, es necesario «poner a prueba» todo detalle de nuestra fe y práctica para estar seguros de que estamos bien fundados en la verdad…

Una de las salidas más populares para evitar la investigación de alguna doctrina es la expresión, «lo que usted dice es solamente la interpretación de usted», y otra es, «cada quien tiene el derecho de creer lo que quiera». Con tales dichos cierran la conversación y evitan la investigación de su creencia. Para los tales el error es tan bueno como la verdad…[3].

       Sin embargo, ¡sólo la verdad nos puede librar de nuestros pecados![4] ¿Pondrá a prueba usted las creencias que ha recibido de otros o seguirá aceptándolas sin investigar por sí mismo? La decisión final… es suya.



[1] 1ª Tesalonicenses 5:21, Versión Reina-Valera (Revisión 1960).

[2] W.E. Vine, Diccionario Expositivo De Palabras Del Nuevo Testamento (Barcelona: Libros CLIE, 1984), vol. 2, p. 98.

[3] Wayne Partain, 1ª y 2ª Epístolas de Pablo a los Tesalonicenses (San Antonio, Texas:1996), p. 47.

[4] Juan 8:31,32